Parece que la sabiduría popular ha sabido captar a la perfección uno de los lemas bajo los que se rige nuestro cerebro.
Seguro que alguna vez te habrás parado a observar qué sucede dentro de tu cabeza cuando no estás haciendo algo que requiera concentración, o cuando supuestamente no estás haciendo nada. El sentido común nos dice que si no estás haciendo nada, probablemente tu mente se quede en blanco, esperando a que le asignes una tarea. Sin embargo, te habrá sorprendido observar que, a pesar de que tú no estés haciendo nada, dentro de tu cabeza hay una actividad frenética de pensamientos que se suceden uno tras otro sin descanso.
En realidad, nuestra mente nunca deja de trabajar. En esos momentos en los que no está centrada en nada particular, se activa el llamado “default mode” (modo por defecto). En este modo por defecto, nuestro cerebro se dedica a rumiar información, a reordenar ideas. Si alguna vez te has detenido a observar el contenido de muchos de esos pensamientos que se suceden sin orden ni control por tu mente, te habrás dado cuenta de que el cerebro tiene una tendencia a engancharse con ideas más bien negativas acerca de posibilidades futuras. Rara vez lo encontramos divagando espontáneamente sobre lo felices que somos, lo bien que nos van las cosas o las buenas previsiones de salud que tenemos. Prefiere pensar qué pasaría si pierdo el trabajo, si la próxima entrevista me saliese mal, si ese lunar que tengo en el brazo empezase a hacerse más grande, o si ese dolor lumbar que tengo será por lo “desgastados” que me han dicho que tengo los discos y acabaré teniendo que pasar por quirófano…
Desde luego que hay personas que tienen una tendencia mayor que otras a que esos pensamientos negativos ocupen más espacio en su mente, pero por lo general es algo que nos sucede a todos. La buena noticia es que parece que ese “pesimismo”, como elegantemente defiende Mihaly Csikszentmihalyi en su fabuloso libro “El Yo Evolutivo”, tiene una explicación evolutiva. Resulta que nuestro cerebro acostumbra a funcionar de forma predictiva intentando anticiparse a los acontecimientos. Esto nos otorgó una ventaja evolutiva: si eres capaz de preveer una situación negativa, dedicarás más esfuerzos a intentar prevenirla que si piensas que el mundo es un cuento de hadas en el que nada malo te puede suceder. Por eso, en cuanto le damos rienda suelta, nuestro cerebro intenta predecir y analizar posibles futuras adversas, ya que: “más vale prevenir que curar”.
Pues bien, todo esto tiene una correlación directa con el dolor. Sabemos que el dolor es una decisión cerebral y que a la hora de tomar la decisión de si algo duele o no, influye de manera determinante la percepción de amenaza que el cerebro tenga de la situación en concreto. Por ejemplo, ante la detección de un aumento de tensión en la musculatura lumbar, si el cerebro interpreta esa información como peligrosa, experimentaremos dolor. Por el contrario, si no considera que sea peligrosa, no experimentaremos dolor. Pues bien, por defecto y ante la duda, nuestro cerebro predictivo pesimista preferirá pensar que la situación es peligrosa, y cuantas más vueltas le de a las posibles consecuencias negativas imaginadas, más dolor experimentaremos. Por eso, en esa situación es importante analizar la cantidad de pensamientos negativos que nuestra mente dedica en sus ratos libres a pensar sobre ese “problema lumbar” e intentar poner sensatez en las divagaciones mentales.
¿Cómo se pone sensatez? En primer lugar, siendo conscientes de ese torbellino de pensamientos descontrolados y de su influencia directa en el nivel de dolor que sufriremos. En segundo lugar, con información correcta y ajustada a la realidad que nos ayude a no dar rienda suelta a la imaginación de los peores escenarios posibles.