Los seres humanos, como animales que somos, estamos obligados a relacionarnos con nuestro entorno. Para ello es fundamental que seamos capaces de registrar información de nuestro medio ambiente y de nuestro propio cuerpo, procesarla, analizarla y dar una respuesta que nos permita adaptarnos a las circunstancias cambiantes del entorno.
Para conseguir captar toda esa información necesitamos dotarnos de sistemas de recogida (sensores), de sistemas de transmisión (sistema nervioso periférico), de sistemas de procesamiento y análisis (sistema nervioso central) y de sistemas de respuesta (glándulas, músculos…).
Mediante un ejemplo sencillo lo comprenderemos mejor.
Cuando salgo a la calle y me encuentro con que el sol brilla con fuerza y me deslumbra, acostumbro a entrecerrar los ojos y quizá hasta colocar mi mano a modo de visera para intentar hacerme sombra sobre los ojos. Todo esto lo hago de forma totalmente automática mientras busco con mi mano en el bolsillo las llaves del coche.
¿Qué ha sucedido?
Uno de mis sensores, en este caso los ojos, registra una intensidad lumínica elevada. Esa información se transmite a través del nervio óptico hacia determinadas áreas en el cerebro. En esas áreas del cerebro se analiza e interpreta esa información y se decide que esa intensidad lumínica es excesiva y no permite ver bien. El cerebro ha analizado y ahora toma una decisión. Elabora una respuesta para adaptarse a ese cambio en el medio ambiente: decide contraer los músculos de los párpados de forma que entrecerramos los ojos, decide contraer la pupila para que entre menos luz y decide activar la musculatura del brazo para colocar la mano justo entre el sol y nuestros ojos.
Un buen ejemplo de cómo nuestro organismo está constantemente captando información, analizándola y elaborando respuestas para adaptarse lo mejor posible.